Por Rodrigo Olivera
Una nueva víctima sufre nuestro fútbol. Otra vida que se despide a causa de la violencia en los estadios. Esta vez fue Ramón Aramayo (36). Lamentable.
Domingo por la tarde. Liniers de apoco tomaba el color de un partido que prometía emoción y fiesta en sus hinchadas, pero las inmediaciones se teñían de rojo. Corridas, Gases, disparos y la policía siempre ahí. Resultado = un muerto.
El desequilibrio llegaba a las tribunas. La parcialidad visitante rompía los alambrados en medida de protesta por lo ocurrido. El partido jugaba su minuto número siete y se suspendía. Muchos interrogantes y nadie sabía con exactitud que pasaba. Una verdad que dice que el fallecimiento se produjo por un desvanecimiento luego de negarse a un chequeo policial, una verdad que dice que fue golpeado por los efectivos hasta producir su muerte. Nadie podía asegurar la secuencia del hecho.
Y comenzamos a retirarnos. La desesperación ya estaba en nosotros, de no saber que sucedería al momento que saliéramos. Miradas desentendidas, bronca y vergüenza se podía observar en cada hincha que tan sólo había ido a ver un espectáculo de fútbol.
Que más esperar. Varios dirigentes locales aclararon: “Esto se tendría que haber controlado”. Y uno pregunta: ¿Se tendría que haber controlado o prevenido?. Respuestas que quedan en vano y soluciones que no aparecen. Mientras tanto el fútbol sufre otra herida, una lastimadura abierta muy difícil de cicatrizar.
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